sábado, setiembre 09, 2006

Dobla y verás la doblez

Una joven escribió que una joven escribía una carta que iba dirigida a todo el que lo leyera, pero en realidad ella no había escrito nada, sólo fingía escribir porque todo lo que ella quería denunciar lo tenía en mente y aquello era imposible de reproducir.
Ésta joven que fingía escribir solía escribir cuentos de ficción romántico, poemas de amor o novelas románticas que, también, iba dirigido a todo el que lo leyera, y aquellos que lo leían eran las personas que rodeaban a aquella persona que escribía que una joven fingía escribir.
Ésta joven que escribía sobre una joven que fingía escribir se hacía llamar Iris, y siempre pasaba las tardes escribiendo novelas cortas, pero esta vez sólo escribía que una joven fingía escribir una carta, a ésta joven, su personaje, le había puesto de nombre Nina; le había sonado ridículo ponerle ese nombre, al principio, pero al recordar a Nina Hagen las cosas cambiaban, además muchos de sus “amigos” le habían dicho que Iris no era un nombre perfecto, tampoco. En realidad, no había nombre perfecto, sino melódico, aquellos que suenan bien y que te da un cierto style.
Pero Iris decidió que Nina debía escribir algo, debía hacerlo porque había pasado horas pensando en un nuevo personaje que se pareciese mucho a ella, y no lo había hecho en vano, no, claro que no. Entonces escribió:
«Nina pensó que sus juegos engañosos sólo estaban causando impaciencia, habían tantas personas afuera, impacientes por devorar una palabra más, una frase más, y devorarlo hasta que ya no quedase ni recuerdo de él. Ella sabía que aquellos “bárbaros” eran más embaucadores de lo que aparentaban, ellos estaban dispuestos a devorar como animales salvajes hambrientos de esa repugnante sangre que se seca, que se descompone. Nina los odiaba, no conocía a personas más detestables que ellos, no había en el mundo, porque Dios los había reunido en ese lugar con una sola intención: ser hipócritas.»
Iris se detuvo, estaba algo airada, al escribir aquel párrafo recordó a “ellos”, los más hipócritas, los que devoran sin saciarse, los que humillan mirando y recordándole a Dios que ellos tienen un espacio en el Cielo.
«Nina decidió escribir, alejándose, a la vez de su usual tema del amor. El amor, para ella, era lo más hermoso, la perfecta equivocación, pero el amor no lo es todo; si sólo amas toda la vida, todos te tomarán como la más estúpida, la más ilusa, la más lerda. Cogió su lapicero, que unos minutos antes lo había dejado al lado de su hoja en blanco, y entonces sintió que era momento para terminar con esa angustia. Suspiró temblorosamente y escribió: “Este iluso mundo, el cual siempre quise que existiese, en donde yo recreé mis narraciones, además de que nunca existió, si existiese ahora estaría convertida en la misma mierda que es ahora, llena de hombres de relucientes corbatas que tienen la vida corrompida, que viven por placer; o de mujeres que más les importa preguntar al espejito quién es la más bonita del mundo. Pura basura. Mientras que la gente que verdaderamente está interesada por mejorar cualquier situación en el cual no se encuentren bien, vive rechazada, es el hazmerreír, sólo porque intenta salir de ese estúpido agujero en que cayeron porque aquellos hombres y mujeres desinteresados de una mejor situación, los empujaron y lo seguirán haciendo perpetuamente.
«Pero no son los únicos que van en contra de la imposible perfección, sino aquellos que dicen llamarse “amigos” y que actúan perfectamente en ese papel que hasta ellos mismo se sorprenden de su “don” que, seguramente, deberían explotarlo en el teatro, en el cine; pero es mucho más fácil hacerlo a tu lado, demostrarlo cada momento de tu vida, cada segundo, que ya es imposible salir de esa rutina. O casi. Sí, hablo de la hipocresía, hablo de aquellos que te sonríen cuando te ven, pero hablan mal de ti y hasta te maldicen a tus espaldas. Hablo de aquellos que te cuentan sus cosas para que tú confíes en ellos, y para que luego ellos anden publicando lo que has dicho, en los periódicos, pero lo hacen con tal sutileza que ni siquiera llegas a leer lo publicado en aquel periódico. Hablo de aquellos que te mienten sólo para que tú creas que fue un solo un pequeño error que se puede enmendar. Hablo de aquellos que alaban todo lo que haces para que tú creas en sus palabras y lo sigas haciendo, sin que te enteres que ellos critican cada respiración tuya. Hablo de aquellos que se divierten viéndote cómo haces el ridículo, que ocultan su sonrisa con la mano para que tú no veas cómo les diviertes, cómo quieren que lo sigas haciendo. Hablo de aquellos que dicen ser tus amigos, pero en realidad son mierda.” »
Iris rió, aunque no sabía por qué, sólo se quedó pensativa, y volvió a reír. “Hablo de aquellos que dicen ser tus amigos, pero en realidad son mierda” resonó en su mente, y volvió a reírse. Por qué siempre habían esos debates mentales: si en realidad “ellos” son tus amigos o son aquellos que te devoran, te atacan por las espaldas; si es sólo inseguridad; si es mierda, si es basura, si es la escoria, si es la puta vida.
Iris se incorporó de su asiento y fue en busca de un vaso con algún líquido que enfriara su ardiente deseo acabar con “ellos”. Cuando se servía un poco de agua, vio una botella de aquel vodka que la enajenaba por completo; meneó la cabeza, no debía beber, no, porque en esta sociedad las mujeres no beben y se sientan con las piernas cerradas. Apresuró el agua que estaba a punto de dejarlo a un lado, y dejó el vaso en el lavadero. “Las mujeres no beben” se repitió. Regresó a su mesa algo nerviosa y desesperada por probar una vez más aquel centeno fermentado, lo necesitaba. “Las mujeres no beben” volvió a repetirse deteniéndose súbitamente frente a su silla, arrugó el entrecejo y dijo, en medio del silencio de su cuarto: “Las mujeres machistas no beben, así que yo hago lo que quiero”. Regresó a la cocina, a su pequeña y casi inexplorada cocina, y cogió su adorada botella de vodka, aquella que no se encontraba con las demás botellas de cualquier otro licor en el bar porque todas las semanas se encontraba en distintos lugares, en un tour eterno. Cogió un vaso (odiaba las copas porque ahí siempre se servía muy poco) y regresó a su cuarto. Se sentó en su silla, escribió un párrafo más, había escrito que Nina terminó de escribir su denuncia, ahora se encargaría de llevar aquella carta a sacarle copias y entregárselos a quien quisiera leerlo, después de eso, visitaría a su única amiga, a aquella que jamás le haría daño, aquella que no era hipócrita.
Iris rió, había creado a Nina tan ilusa, seguía pensando que nadie era hipócrita, lo seguiría haciendo hasta que se diese cuenta que su única amiga también publicaba todo lo que ella decía en periódicos o revistas o lo que sea; todos eran así, aún en una historia inventada, porque ficticia o no, esa historia trataba de imitar la realidad, incluso, a veces, exagerarla.
Iris sirvió vodka en su vaso y empezó a tomarlo lentamente, sin antes saborearlo y deleitarse con el inigualable sabor de aquel vodka. Cogió el control remoto de su equipo y lo encendió, escuchó el CD que se encontraba dentro, era de Nina Hagen. Adoraba el metal, al igual que a aquel vodka, adoraba vivir en constante turbación, en medio de confusión, en la oscuridad, amaba lo oscuro, lo gótico, amaba tomar vodka, amaba meterse cocaína, amaba embriagarse y en ese estado escribir, mientras la música del metal, de Nightwish o de Rammstein –que eran sus favoritos– la transportaban al Infierno (en vez de decir al Cielo, ya que ella creía que era mejor el Infierno que el Cielo).
La botella de vodka había contenido sólo la mitad de su capacidad, y en menos de media hora, había quedado vacía. Iris estaba mareada, y se maldecía por no tener cocaína en ese momento, y maldecía aún más porque el vodka se había acabado. Fue en busca de otros licores, ya no le importaba cuál, sólo quería embriagarse. Encontró un whisky en el bar que también tenía la mitad de su contenido, se lo llevó a su habitación, quería saber por qué sus “amigos” lo alababan.
Cuando se disponía a tomar el segundo vaso, llamaron a la puerta. Iris maldijo, no le gustaba las visitas, odiaba a las personas, excepto a su familia y a una de sus amigas que, extrañamente, le había gustado (por eso que no la odiaba) y que, desde hace tiempo, no veía, ya había querido olvidarla. Trastabillando y vacilando llegó a la puerta, abrió y se encontró con aquella sonrisa que la había conquistado hace mucho tiempo, vio a aquella mujer que nunca había llegado a odiar. Iris sonrió, trató de ocultar su embriaguez, pero sus movimientos y palabras la delataban.
–Me parece extraño que a tus casi veinte años sigas tan inmadura como para tomar –le dijo a Iris, la recién llegada–, o aún quieres divertirte como en la escuela.
–¿Sabes? Cuando yo estaba en la época de escuela me dijeron que yo, si quería, podía emborracharme todos los días cuando tuviese dieciocho años, ahora que tengo diecinueve también me critican. ¿Es que no hay edad para tomar?
–No. Y ¿Has escrito algo?
–Sí –respondió Iris sentándose en un sillón de la sala y, a la vez, tomando whisky–. Acabo de escribir algo, una estupidez. ¿Tú has escrito algo?
–De qué trata.
–Ah, sobre una chica que escribe una carta a todo el mundo, y ahorita estaría con su mejor amiga… ella cree que su mejor y única amiga no es hipócrita. Si supiera que su mejor amiga publica la historia de su vida en los periódicos y revistas –dijo Iris, terminando en una carcajada, vio su vaso de alcohol y tomó un sorbo–. ¿Tú has escrito algo?
–Sí, algo parecido.
–Vaya, parece que no hay muchos temas últimamente ¿verdad?
–Parece que no. ¿Sabes de qué me di cuenta cuando escribí aquello?
–Cómo voy a saberlo.
–Que te gusto.
Iris tragó dificultosamente su trago, y empezó a reír fingidamente, pero de repente ya no necesitó fingir, simplemente rió. Tomó más whisky y dijo:
–Mujer, qué ilusa. ¿Yo? Vaya, vaya, vaya. Sí que tienes imaginación.
–¿En serio?
–Sí. Deberías mostrarme uno de tus escritos, así como el poema cursi que me enseñaste aquella vez, quiero ver si tan bueno es la droga que te metes.
Iris rió, se incorporó del lugar y fue a servirse más alcohol. Regresó y encontró a su amiga observando detalles de la sala.
–Publicas tus cuentos en una revista ¿verdad? –le preguntó a Iris.
–Sí, pero a penas puedo limpiarme el culo con lo que me pagan.
–Te dije que siendo escritora no llegarías sino a eso. En nuestro país, escribir, es mendigar. Además hay millones de escritores en este país, por Dios, hasta el más estúpido ya escribió un poema y por eso se cree que es un escritor y quiere estudiar Literatura, llegar a ser famoso, irse a España o a Francia y morir con aguacero, un día del cual tienen ya recuerdos, talvez un jueves, como es hoy, de otoño.
Iris rió, su amiga sí tenía sentido del humor, pero a la vez, razón. Sólo un escritor excepcional –y que tenga dinero– llega a inmortalizarse aún en vida, los demás naufragan hasta que se den cuenta que la Literatura, por muy bella que sea, no los ayudará.
Las dos se quedaron calladas por unos minutos, pensaban, cada una, sobre sus propios intereses, la Literatura, tal vez. Iris, aún en su embriaguez, pensaba más lúcida que nunca, por eso es que le gustaba escribir en esos estados, se sentía invencible, como si ni una palabra de desaliento (las palabras de su amiga) pudiesen derribarla. El conflicto de su cuerpo y su mente hacían explosionar ideas que salían a grandes chorros como la lava de un volcán, arrasando con todo a su paso. Así como escritores como Balzac o Poe, que no escribían sin café u opio, respectivamente, ella necesitaba de algo que incitara a su mente a vomitar nuevas y renovadoras ideas; el alcohol lo hacía muy bien, pero más aún, la cocaína. Algunos cuentos los había escrito con los efectos de esta sustancia y éstos habían resultado convertirse en el boleto para el reconocimiento y admiración de los lectores y de críticos literarios.
Pero hay escrito tal cuento hace un rato sin efectos del alcohol ni de la cocaína, y sobria sus cuentos resultaban muy tontos, como si lo hubiese escrito una novel. Nina Hagen le había dicho en sueños que si algo le hacía bien, súper bien, que no lo dejase.
–Iris, quiero decirte algo.
–Qué cosa ¿eh?
–¿No te enojas?
–Claro que no, si ahora sólo tengo ganas de reír.
–¿De verdad que no te enojas?
–Claro que no… o quieres declararme lo que sientes por mí ¿eh? –exclamó riéndose, Iris.
–No, creo que sería mejor si tú aceptaras que te gusto. Pero de eso no te quería hablar, quería contarte sobre mi último cuento. Escribí que una chica escribía que una chica escribía una carta que reclamaba la hipocresía. Y ¿Sabes? También escribí, a la vez, que yo escribía una carta que al principio fingí escribir.

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